Como muchos sabréis, el Parque Nacional de las Islas Atlánticas fue reconocido hace unos años con la Certificación Starlight, que lo define como un destino turístico óptimo para la práctica de actividades de contemplación astronómica dada la calidad de su cielo nocturno, por lo que, aun estando a 15 escasos kilómetros de la ciudad de Vigo, en pleno camping o sentados en la terraza de cualquiera de sus locales de ocio, podemos observar la Vía Láctea con un detalle que nos dejará boquiabiertos; si ya nos vamos a la vertiente oeste, cuya ciudad más cercana (Nueva York) está a más de 4000 km, la bóveda celeste nos presentará buena parte de las 6000 estrellas que un ser humano puede apreciar a simple vista.
Cuando me surgió la posibilidad, fui seleccionado para realizar el curso de guía astronómico para poder ejercer como intérprete de ese cielo que tantas noches he admirado y al que acudo cuando quiero sentirme ínfimo dentro de este mundo que parece tan grande pero que es una mota en la inmensidad del cosmos, calmando mi espíritu y dotándome de una perspectiva que pocas veces puede uno sentir fuera de ese ámbito.
Dentro de mis capacidades, he querido destacar la práctica de la divulgación astronómica porque en mi historia laboral es la que más satisfacciones me ha regalado, a mí, que ya observaba curioso el cielo cuando apenas tenía edad para entender qué eran esas luciérnagas o aquellas grandiosas lluvias de estrellas que me cautivaron en mi más tierna infancia. Con los años, he tenido la suerte de conocer gente fascinante con unas ganas de difundir la belleza de lo que nos rodea, desde las asociaciones astronómicas hasta el programa “Camiño a camiño“, cuyas rutas nocturnas me proporcionaron la oportunidad de explicar a cientos de personas las maravillas celestes y transmitir esa pasión por conocer ese espacio por el que navegamos en esta redonda nave que llamamos tierra.
También tuve la maravillosa responsabilidad de entretener a chic@s jóvenes que asistían a los campamentos de Vigozoo con sesiones astronómicas con las que aprender cosas básicas del cielo nocturno, historias sobre la mitología de las constelaciones y poder observar por un telescopio planetas, la luna o incluso alguna galaxia o nebulosa brillante. Sin duda, resultó impagable presenciar como en muchos de ellos nacía una afición y como algunos exclamaban fascinados al mirar con sus propios ojos las lunas de Júpiter o los anillos de Saturno, como yo hice en aquellas noches de los años 80, y seguro que alguno mantendrá en su etapa adulta como la pasión que ahora habita en mí, como ávido seguidor de fenómenos celestes.